domingo, marzo 28, 2010

La Economía no existe


Después de leer multitud de libros sobre esta crisis (y otros muchos que estoy leyendo y otros tantos que están esperando en las estanterías de mi biblioteca), acabo de leer uno genial. Contra las sesudas explicaciones sobre el origen de la crisis actual o la lista de soluciones sin par que nos explican los que creen saber como remediar esto (ya se sabe, los economistas a toro pasado lo explican todo, aunque en la crisis presente ni eso), tengo entre mis manos un libro espléndido que se aparta, por fin, de la “ciencia” establecida.

Se agradece esta bocanada de aire fresco que me ha proporcionado Antonio Baños Boncompain con su libro La Economía no existe, un libelo, tal como el mismo autor califica el libro, es decir, un libro donde se descalifica a personas o cosas, y en este caso, como indica su título y en concreto, a la Economía (y por lo tanto será calificado como marginal, antisistema, etc., etc., como todo lo que va contra el orden establecido).

Ahora, más que nunca, estamos dominados por la Econocracia, es decir, gobernados por la Economía. Las decisiones que se toman y se van a tomar en los próximos meses amenazan con condicionar la vida de millones de personas y muchas de ellas las toman los políticos obligados por poderes superiores, sujetos a lo que dicta el Dios Mercado. Por lo tanto el libro es de lo más oportuno.

Ya he venido indicando en multitud de mis escritos mi escepticismo sobre la Ciencia Económica, a la que presuntuosamente se la califica de Ciencia, cuando, como se demuestra frecuentemente, está más próxima a la Astrología (conocimiento vagamente sistemático y profundamente esotérico) que ninguna otra ciencia. Hasta los meteorólogos son infinitamente más científicos.

Intentado darle aires científicos a la Economía los economistas teóricos no han dudado en intentar modelar matemáticamente lo que no es modelable: el comportamiento humano. Se olvidan de que la economía trata de gente, no de funciones matemáticas ni de curvas.

Así han considerado multitud de supuestos, que con el liberalismo se habían convertido en axiomas (que no hacía falta demostrar ya que eran como verdades reveladas), los cuales se manifiestan ahora totalmente falsos derrumbándose el castillo de naipes (y quedan algunos por derrumbar aún) teórico en el que se basaba el modelo económico ortodoxo actual.

Dejémoslo claro ya de una vez, dice Antonio Baños: “La economía no es una ciencia. El hecho de que hable matemático no debe impresionarnos. No es una ciencia porque no puede utilizar ninguna de las herramientas de la ciencia, no puede hacer experimentos (no puede hacerlos en el mundo real). Su capacidad predictiva es patética y su abuso de la inducción (método científico que saca conclusiones generales de algo particular), además de débil, es sospechoso. En cuanto al método deductivo, suele ir acomodándolo según sople el viento. Si fuese una ciencia, la economía sería la ciencia del ya veremos”.

Entonces, si la economía no es una ciencia y se convierte en creencia, ¿qué tipo de leyes la rigen? Fácil: las leyes de la narrativa.

La proliferación de voces, como si fuese una tertulia de café, explicando la crisis y aportando soluciones, demuestran lo dicho. Como siempre, alguna acabará teniendo razón y la credibilidad económica quedará a salvo.

Por suerte soy de los que ya hace muchos años (2003 creo recordar) que empecé a indicar que los desequilibrios que se registraban nos harían acabar mal. En la medida en que pasaban los años y no ocurría nada y me recordaban el fallo en mi pronóstico, mi respuesta era siempre la misma: cuanto más tarde más grande será el catacroc. Dicho y hecho. He de reconocer que el batacazo dejó mi ego muy satisfecho. Ya tuve suficiente con pasar por cenizo durante unos años.


A pesar de eso, en las tertulias con amigos, cuando surge el tema y se piden soluciones, les recuerdo muchas veces que siempre hay enfermos que van al médico creyendo que su mal, difícil de curar, ha de tener solución obligatoria. Sin embargo parece que la economía es diferente y ha de haber soluciones y ¡ya! Hasta nos creemos que pasan por el cambio político. En Francia echan a la derecha del Gobierno y en España queremos echar a la izquierda. ¿Racional? ¿Quién se equivoca? ¿O tanto da?

Por eso cuando he leído este párrafo del libro he dicho en voz alta ¡bravo!:

“La carga de la prueba sobre la inexistencia de una realidad llamada economía no recae sobre el autor. Cuando alguien acude a la policía para denunciar que le han robado, los agentes no obligan al ciudadano a capturar al ladrón. Si alguien se queja de que le han vendido un yogur en molestado, no le azuzan para que monte él una fábrica de yogures. Sin embargo, las críticas al sistema económico topan invariablemente con una respuesta en forma de pregunta: ¿Y tu qué harías? ¿Por qué no propones algo mejor?”

El libro muestra una buena colección de citas, que son fantásticas. He aquí algunos ejemplos:

- La oración Montilla: “Los que trabajan deben consumir ahora para que el vecino o el hijo conserve su trabajo”.

- La contestación del “abuelito simpático” Leopoldo Abadías en una entrevista en La Vanguardia:
“Pregunta LV - ¿Podríamos decir entonces que hay algo positivo en esta crisis?
Leopoldo Abadías – Sí, porque si nos ayuda a ser mejores personas, fenomenal … Al final, algunos han ganado dinero y los demás, si salimos reforzados en nuestros valores, hemos ganado todos”.

(Y cuatro millones de personas en el paro para poder comprobar lo de los valores reforzados, añadiría yo).

- Esta es de Millás: “El problema es que los que padecen la economía real siempre son los mismos. Los otros se han fugado con los bonus a Miami.”

Pero el mejor capítulo es el titulado "Rosell Crowe tiene la culpa de todo". Rosell Crowe fue el actor que representó al matemático psicópata John Nash (que trabajaba para la Rand Corporation, uno de los Think Tanks neocons más potentes) en la película Una mente prodigiosa.

La teoría de juegos de Nash permitió convertir al mercado en el modelo supremo de eficiencia, paradigma que nos ha regido durante treinta años. La idea de extender la eficiencia del mercado a todas las personas y actividades sedujo incluso a la socialdemocracia. A partir de ahí los políticos quedaron supeditados al Dios Mercado y así estamos, ofreciéndole sacrificios continuos que para muchos parece ser que no son suficientes, ya que puede encolerizarse, y nos amenaza con bajarnos el rating y subir los tipos de nuestra deuda, que es como si Apolo bajase a la Tierra lanzando rayos con la mano.

Y por último la cita soberbia de Joan Robinson que abre la página 20: “Quizá la razón fundamental para estudiar economía sea no ser engañados por los economistas”.

Un libro sobre el que cual se podría escribir horas y horas. Pero lo mejor es leerlo. Agradecer al autor la inclusión al final de su obra de la lista de libros que ha leído y que “le han convencido de que la Economía no existe”. La verdad es que no hacía falta que la lista fuese tan larga.

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